Poner la mirada en los beneficios del diálogo intergeneracional

Club_de_Roma_envejecimiento_101221
10-12-2021

Pasado el umbral de los 65 años, la sociedad establece que es entonces cuando se inicia una nueva etapa en el ciclo vital de una persona. Sin embargo, el aumento de la esperanza de vida nos lleva a replantearnos cada vez con mayor vehemencia la concepción que sigue imperando sobre la vejez, así como la edad a partir de la cual una persona pasa a ser considerada mayor. Para Joan Subirats Humet, Doctor en Ciencias Económicas y Catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), nos encontramos ante “una realidad en la que oscilamos entre una visión tradicional de las personas mayores que tiende a situarlas en una situación de dependencia, casi de infantilización, ya que es un colectivo que de alguna manera está sometido a que los otros sectores sociales decidan sobre lo que les conviene, frente a otro elemento que vemos que aparece como novedad, esa especie de juventud dorada, una realidad en que las personas mayores pueden hacer de todo”. Este cambio de paradigmas respondería, en parte, a una cuestión de carácter mercantil, según apuntaba Subirats durante su intervención en una sesión organizada por el Club de Roma enmarcada en el Ciclo Envejecimiento y Participación. Dicha organización no gubernamental buscaría, tal y como se recoge en su página web, “definir soluciones integrales para los desafíos complejos e interconectados de nuestro mundo”, gracias al conocimiento de un centenar de expertos en diferentes áreas.

Pese a que en los últimos años se habría logrado construir una visión más positiva sobre el envejecimiento, las personas mayores seguirían siendo un colectivo que estaría muy infrarrepresentado tanto en la esfera pública, como privada. De hecho, alcanzar una mayor representatividad en la sociedad sería actualmente una de las reclamaciones más demandas por organizaciones como la Plataforma de Mayores y Pensionistas. En este sentido, y siguiendo con lo expuesto por Subirats, la participación del colectivo no debería quedar relegada únicamente al diseño de políticas que particularmente les conciernen y, que hasta el momento serían llevadas a cabo sin contar con su colaboración, sino que a su vez debería extenderse a aquellos problemas sociales que les rodean y que no tendrían una afección directa sobre este grupo. “Cuando hablamos de participación lo que quiere cada quién es que se le reconozca en su propia dignidad, esto exige un proceso de reconocimiento de la persona”, reflexionaba el experto. Retomando la idea de esa necesidad de implicar a los mayores en asuntos que afectarían a otros grupos de edad y viceversa, esto permitiría avanzar hacia la consecución de una sociedad intergeneracional, favoreciendo la convivencia entre personas de diferentes edades y eliminando las barreras generacionales. Una cuestión en la que también incidía Mercè Pérez Salanova, Doctora en Psicología, especializada en el envejecimiento e investigadora del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la UAB quien, refiriéndose a esa interacción entre las personas y los entornos cotidianos, destacaba el término de “amigabilidad” y su capacidad para “introducir la perspectiva colectiva”, a través de una interacción positiva entre generaciones.

Entre los problemas que seguirían experimentando los adultos mayores se encuentra la tendencia generalizada a considerar al colectivo como un grupo homogéneo, frente a la diversidad que le caracteriza. Incidiendo en esta realidad, Pérez insistía en que más allá del factor edad, el grado de envejecimiento de una persona también estaría marcado por otros aspectos relacionados con su personalidad, sus vivencias o su salud. En lo que se refiere al envejecimiento activo, la experta aludía durante su intervención a la “banalización” que habría sufrido este concepto. “Se ha desarrollado la importancia de la actividad en un sentido de rellenar tiempos, diferente al compromiso y a la autonomía”, señalaba. Es por ello, por lo que Pérez llamaba a trasladar el debate más allá de favorecer la permanencia en el mercado de trabajo o realizar múltiples actividades, refiriéndose al compromiso y la implicación como dos factores importantes a la hora de garantizar un envejecimiento activo.